Desde el primer momento se mostró cercano y espontáneo. Con su estilo inconfundible —la mezcla de energía, ironía y calidez que siempre ha desplegado— fue hilando anécdotas de su infancia en el barrio madrileño de Delicias, de sus primeros pasos en la música y de cómo, a finales de los setenta, irrumpió con fuerza en la escena del rock urbano español con temas ya míticos como “Hormigón, mujeres y alcohol” o “Marica de terciopelo”.
Pero no todo iban a ser recuerdos del pasado. El icono del rock urbano español se mostró muy comprometido con el presente, y se refirió con la pasión que le caracteriza a temas sociales que “no avanzan al ritmo que deberían”. Reivindicó una vez más la lucha contra la violencia hacia las mujeres, denunció las desigualdades y la precariedad que todavía afectan a muchos jóvenes, y defendió el papel de la cultura como motor de pensamiento y libertad.
Quienes llevamos siguiéndole desde los ochenta no iba a ser este jueves la primera vez en la que le oíamos lamentarse ante el escaso avance en cuestiones fundamentales, como la igualdad o la justicia social. El hecho de que mostrara una especial sensibilidad hacia la lucha contra la violencia machista, es un dato que apreciamos y queremos destacar. “Siguen y siguen matando”, dijo con tristeza, aludiendo al feminicidio. En ese momento comparó la actualidad con su antigua canción “Marica de terciopelo”, que en su día rompió tabúes al hablar abiertamente de la homosexualidad. “Aquello escandalizaba, y mira cómo estamos: pensábamos que habíamos avanzado más”, reflexionó.
Su tono, a ratos combativo y a ratos entrañable, reflejaba en todo momento la mezcla de energía y experiencia a la que nos tiene acostumbrados. A lo largo del encuentro, pudimos reconocer a un Ramoncín auténtico, directo y sentimental, que en ningún momento esquivó la polémica ni se escondió tras discursos cómodos. Esa misma personalidad —a veces controvertida, siempre apasionada— ha marcado su carrera y lo ha convertido en un personaje querido por muchos… y criticado por otros, cierto, pero lo que nadie podrá nunca decir es que Ramoncín haya transitado estas décadas sin pena ni gloria. Entre el público se respiraba complicidad, como no podía ser de otra manera, ya que muchos asistentes crecieron escuchando sus canciones, otros lo descubrían por primera vez, pero todos coincidimos en la cercanía que desprendió durante su visita. No veíamos escenario ni distancia, solo la sensación de compartir un rato con alguien que, más allá del artista, sigue siendo un vecino de barrio que no ha perdido el acento ni el sentido del humor.
Con su habitual sinceridad, habló de su paso por el programa “Lingo”, una etapa que definió sin rodeos como “horrible”. Aquello le sirvió para reflexionar sobre el cambio en la idea de la fama: “Hoy ser famoso es facilísimo. Mira Telecinco y todos esos que se han hecho millonarios sin hacer nada”. Aquí aprovechó para recordar que “la notoriedad no vale nada si no hay detrás una obra”.
Los asistentes respondimos en todo momento con afecto y atención a cada una de sus historias; estábamos celebrando no solo la trayectoria de este icono del rock urbano, sino también la vitalidad de un artista que, a los setenta años, continúa reivindicando el poder de la palabra y la conciencia social, y no parece tener intención de parar… y de que su aspecto lo acompaña, que no nos quepa la menor duda: Jaime Rull, que demostró tener gran complicidad con el invitado, bromeó con él en varias ocasiones, llegando incluso a decirle, entre risas, que “estaba muy bueno”. Ramoncín respondió con ironía y agradecimiento, y desde el público estuvimos totalmente de acuerdo.
Esa espontaneidad que marcó el tono de un encuentro divertido y desenvuelto no dejó de estar presente cuando se adentró en temas políticos. Ramoncín se mostró equilibrado y sin etiquetas: “Respeto a la derecha porque dinamiza la economía”, dijo, “pero el problema empieza cuando muchísimos jóvenes empiezan a levantar el brazo derecho”. Criticó el neoliberalismo, pero también se distanció de cualquier extremo: “Tampoco me interesa la dictadura del proletariado”. Y demandó algo que hoy parece revolucionario: que ambas ideologías reconozcan sus errores. “La izquierda no puede negar los horrores de Castro igual que otros niegan los de Pinochet. Izquierdas de dictador y derechas de dictador son exactamente lo mismo.”
Hubo tiempo para la música, claro. Confesó que su disco favorito de los Beatles es el “Álbum Blanco”, habló de los años de la Movida madrileña —“caían a mansalva”, dijo, recordando a los muchos músicos que murieron en esa época—, y criticó con humor a los “gurús” que van por la vida dando lecciones. En un momento especialmente divertido, imitó a Cela, provocando las risas de los que allí estábamos.
Cuando Jaime Rull le preguntó si estaba enganchado a algo, respondió con picardía: “Bueno, yo soy un curioso impenitente… puedo engancharme incluso a una serie.” Y añadió, entre risas, que las drogas blandas “no están mal”, pero las duras “arrasan vidas”. Con su habitual mezcla de provocación y sentido común, dijo: “Si pudiera regalaros una experiencia brutal, os daría a todos una pastilla de LSD… aunque, por otro lado, lo cierto es que no lo haría: uno se tomó un tripi y murió… y otros nunca volvieron a ser los mismos.”
Ramoncín habló también de Madrid, de sus barrios y de su infancia. Recordó sus compras en el Sepu, evocó canciones, y cómo no, salió a relucir el Docamar. ¿Cuántas veces habremos hablado aquí en Zigia28 del Docamar?
El encuentro terminó con una dinámica improvisada en la que Rull le nombraba artistas y Ramoncín respondía al vuelo:
—Boney M: no.
—Abuelito dime tú: no.
—Miguel Bosé: no, no y no.
—Cat Stevens: aceptable tirando a bien.
—Robert Palmer: sí.
—Simon & Garfunkel: un poco petardos, pero sí.
—Christopher Cross: es un moñas, pero es bueno.
Las risas llenaron la sala una vez más. Entre bromas y verdades, quedó claro que Ramoncín conserva la lucidez, el humor y el espíritu rebelde que siempre hemos admirado y que lo convirtieron en una figura única del rock y la cultura española.

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