La voz de Martín Gaite: diálogo desde el Ateneo de Madrid, organizado por Océanos de Tinta (19/11/25) Por Isabel Camblor
La semana del 17 al 20 de noviembre, y gracias a la colaboración de la asociación Océanos de Tinta, ZIGIA28 se ha volcado en recordar y celebrar el legado inagotable de Carmen Martín Gaite. Han sido para nosotros unos días llenos de movimiento y de palabras: exposiciones, música, lecturas poéticas y pequeñas actividades que han ido tejiendo, entre todas, un homenaje coral a la autora salmantina.
Entre esos encuentros queremos destacar aquí la charla impartida por dos invitadas muy especiales, Mónica Parramón y Miguela López de Andújar, procedentes ambas del Ateneo de Madrid. Con su intervención del miércoles 19, nos ofrecieron una mirada cercana e íntima a la vida y la obra de Martín Gaite.
La sesión arrancó con la intervención de López de Andújar, que nos situó en el mapa vital de la escritora con una introducción biográfica clara y bien hilada. Con un tono cercano y sin academicismos innecesarios, fue reconstruyendo los primeros pasos de Martín Gaite, sus influencias, las ciudades que la marcaron y los encuentros literarios que terminaron de perfilar su voz propia. Lo que comenzó como un repaso biográfico se volvió, para mí y creo que para muchos, una auténtica invitación a volver a leerla, a regresar a sus diarios, a sus novelas y a esos textos breves donde brillaba su capacidad para observar el mundo con enorme lucidez.
López de Andújar continuó situándonos en el contexto histórico que marcó a Carmen Martín Gaite: la Guerra Civil, la posguerra y ese clima intelectual que la llevó, primero, a interesarse por el existencialismo y, más adelante, a incorporarse al círculo del realismo social; nos contó cómo esa evolución no fue brusca, sino fruto de una mirada cada vez más afinada hacia el individuo y su entorno, y dedicó también un espacio a hablarnos sobre la relación entre Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio, una pareja que, según subrayó, rompía muchos esquemas de la época. Se repartían las tareas domésticas, sostenían una convivencia intelectual muy viva y criaron juntos a sus dos hijos, Miguel y Marta. Fue precisamente al hablar de Marta cuando Miguela López de Andújar introdujo uno de los momentos más emotivos de la charla: el modo en que la obra de la escritora quedó profundamente atravesada por la muerte de su hija. Tras la muerte de Marta, su escritura entró en un territorio de duelo y de elaboración íntima del dolor. Es en ese proceso donde surge Caperucita en Manhattan, un libro que, explicó Miguela, nace como un ejercicio simbólico que dialoga con su propia historia personal. Nos planteó entonces un paralelismo muy sugerente y que no todos conocíamos entre Marta y la figura de Caperucita: la niña que avanza sola por un mundo complejo, movida por la curiosidad y la vulnerabilidad. En ese marco, el lobo adquiere un significado distinto: no es solo un antagonista clásico, sino la representación de una alcantarilla —un punto oscuro, peligroso, que condensa los miedos, las amenazas y las heridas que atraviesan la vida.
Después de ese recorrido emocional y literario, Mónica Parramón tomó el relevo para ofrecer una mirada más crítica sobre su obra y, al mismo tiempo, recordar la estrecha vinculación de la autora con el Ateneo de Madrid. Parramón subrayó que la escritora no solo frecuentó la institución, sino que dejó en ella una huella profunda: su presencia constante, su curiosidad intelectual y una voz cálida pero firme que, según señaló, “encarnaba como pocas el espíritu abierto y dialogante del Ateneo”.
La sesión avanzó hacia un tono más participativo con la intervención del público. Las preguntas fueron dibujando nuevas aristas del retrato de nuestra recordada autora. Alguien quiso saber más sobre su poesía. Miguela López de Andújar respondió sin dudar: sí, fue poeta, pero su territorio natural, donde realmente brillaba, era la narrativa. Otra pregunta giró en torno a la relación entre la fantasía y la realidad en sus escritos. Ambas ponentes coincidieron en que, en Martín Gaite, esos dos planos no se contraponen, sino que se entrelazan; la consideran una autora capaz de moverse con naturalidad entre lo cotidiano y lo simbólico, entre lo real y la fábula, sin que se note la costura. Esa intrincada convivencia —dijeron— es precisamente una de las razones por las que su obra sigue resultando tan viva, tan actual y tan reinterpretada por nuevas generaciones de lectores.
No sé si todas las personas allí sentadas sintieron lo mismo, pero yo salí con el impulso claro de releerla y de volver a mirar el mundo con esa mezcla de lucidez, ternura y rebeldía que ella nos legó.


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