“La cultura crea puentes, pero también disuelve comunidades”
Por Isa Camblor.
Aleix Aguilà, dramaturgo catalán y coordinador de nuestro centro cultural Zigia28, reflexiona en esta entrevista sobre el papel de la cultura en nuestras comunidades.
Aleix, te he visto organizar coloquios, conciertos, presentaciones de libros, proyecciones de documentales, y todo tipo de eventos para asociaciones, empresas o particulares. También cumpleaños, bodas… además de ser el fotógrafo oficial del centro, hacer vídeos y montajes para las redes, ponerte al frente como maestro de ceremonias en los karaokes e incluso convertirte en DJ y performer en las fiestas de carnaval...
—Pues aquí hay que hacer un guiño [ríe], porque fue gracias a ti, Isa, que me presentaste a Javier, el director, con esta idea de transformar el taller de coches de su familia en un centro cívico. Al principio pensé: “esto es una locura”. Pero un día me citó para una reunión, me enseñó los planos, las obras ya empezadas… y me quedé impresionado. Ahí entendí que la cosa iba en serio y que podía ser un proyecto muy especial. Yo, que llevaba tiempo reflexionando sobre el hecho cultural, recibía de pronto una oferta que me abría una puerta: la de entender la cultura desde otro lugar distinto al gremio del teatro. Y me sorprendió gratamente ver cómo alguien con perfil de ingeniero como Javi estaba abierto a fomentar la vida cultural de su barrio, el suyo de toda la vida, aunque por motivos personales y profesionales se marchó un tiempo y ahora ha regresado con esta apuesta tan fuerte.
¿Y cómo ha sido tu experiencia personal al integrarte en el barrio?
—Yo nunca había hecho mucha vida de barrio, siempre he sido más bien nómada y un poco antisocial, supongo que por aquello de que soy dramaturgo y me encanta estar solo escribiendo. Además, vengo de Cataluña y soy prácticamente nuevo en la zona: justo cuando abrió el centro yo me había mudado a 15 minutos de aquí. Así que me sigue sorprendiendo mucho que a estas alturas de mi vida haga vida de barrio por primera vez, que me cruce con vecinos y me saluden por la calle. Para alguien tan ermitaño, es bonito descubrir esta cotidianidad…
Un dramaturgo catalán en Madrid…
—Sí, crecí en Cataluña, formándome en teatro, pero el Procés me hizo abrir los ojos de forma abrupta. Tomar conciencia de la narrativa independentista, sus falsedades y cómo empañaba toda la cultura de mi país me provocó una crisis que dura hasta hoy. Reconozco que me ha ayudado a madurar, a salir de varias cavernas (que siempre es duro), y a tener un punto de vista crítico sobre lo político y lo cultural.
—La crisis fue personal y conceptual. Me pregunté qué era realmente la cultura, porque siempre hay una nebulosa que la envuelve. Nos enseñan que siempre es positiva, libre, democrática, pero me di cuenta de que hay culturas que cohesionan y otras que disuelven. Hoy, en España, la cultura se ha vuelto un arma de fragmentación, donde cada grupo se encierra en su propio relato. Esa fragmentación, que a menudo se vende como pluralidad, nos impide construir un proyecto común o afrontar problemas reales. A veces la propia cultura nos dificulta hacer un buen diagnóstico de la realidad y acabamos perdiéndonos en distracciones que pueden tener su importancia, pero que no son vitales. En fin, que me tocó enfrentarme a mis propias ideas y comprender que la cultura también puede ser un campo de batalla, no solo un refugio. El problema es que la batalla cultural suele ser entre mitos, falsos e intocables, y que acaban bloqueando cualquier posibilidad de pensar juntos.
¿Y cómo podemos pensar juntos?
—Bueno, mi receta es… [ríe] No, en serio: creo que nos haría mucho bien compartir unos conceptos filosóficos básicos. Por ejemplo sobre ética, moral y política. Nos ayudaría a deshacer los entuertos que nos plantea la vida diaria y la actualidad, y a no caer tan fácil en trampas.
¿Un ejemplo de entuerto en el ámbito cultural?—Uy, hay muchos. Por ejemplo, un activista que, para hacer su performance, se encadena a la entrada de un teatro para “defender al planeta”, o lanza pintura sobre una escultura en un museo. Su gesto quiere ser ético, porque apela a toda la humanidad, pero rompe con las normas morales de la comunidad inmediata, que también tiene derecho a disfrutar del espacio.
Un momento, has dicho nos. ¿Te incluyes? ¿Tú te consideras hispanófobo?
—(Ríe) Bueno, yo creo que es muy complicado ser español y no ser hispanófobo. En cierto modo, todos lo somos. Lo duro es tomar conciencia de eso y vivir en lucha con ello, porque al final es parte de lo que somos. Y ahí está la contradicción: venimos de una historia que ha hecho de la nación casi un tabú, pero al mismo tiempo necesitamos un marco nacional para no disolvernos en la fragmentación o en simples buenas intenciones que terminan beneficiando a otras oligarquías. La cuestión, pienso yo, es cómo reconciliar esa necesidad con el miedo histórico que todavía existe en España hacia cualquier discurso que hable de nación.
Complicado asunto…
—Sí, porque se puede hacer cultura de todo tipo, pero sin una directriz moral puedes estar haciendo cultura y al mismo tiempo cargándote tu país. Ahora hay muchas empresas que, para hacer negocio, destruyen tejido social porque no tienen unas directrices claras de ética y moral. Al final uno acaba mirando solo por sí mismo, olvidándose del Todo. Por eso son temas que requieren reflexión continua y a veces la vida va tan deprisa que no hay tiempo para tomar la decisión más correcta.
Aunque nos desviemos del asunto… ¿me podrías dar un ejemplo?
—Como te comentaba antes, a mí me ayudó mucho aprender a diferenciar ética, moral y política porque a veces van separadas, otras se entremezclan, y otras chocan… y si no lo tienes claro, no entiendes qué está pasando.
¿Podemos repasar esas nociones?
—Uy [ríe]. Puedo intentarlo… A ver. Yo me quedo con que la ética tiene que ver con el individuo, con las decisiones que toma para sostener su vida o la de los demás. Por ejemplo, imagina un médico que quiere salvar a un paciente concreto que necesita un trasplante urgente: éticamente, su impulso es hacerlo. La moral, en cambio, tiene que ver con la comunidad, con la justicia entre todos. Y por eso existe una lista de espera: para que ese órgano no se dé solo al primero que llegue, sino a quien corresponda según un criterio justo para toda la comunidad. La política sería la que establece los protocolos, organiza los recursos y dicta las leyes para que la ética del médico y la moral de la comunidad no choquen de forma caótica. Claro que muchas veces no lo consigue, y ahí es donde aparecen los dilemas que nos hacen discutir sin parar.
O sea, que la política es la que reparte el juego.
—Exacto, la política no solo crea un orden, su deber es sostenerlo en el tiempo para que no caiga la sociedad política, para que la persona pueda seguir siendo ciudadana dentro de un marco de libertades, porque sin ese marco perdemos nuestros derechos, nos vamos a la jungla. El problema es que muchas veces un partido o un político se disfraza de ética o de moral: quiere aparecer como “el bueno” para ganar votos y permanecer en el poder.
¿Cómo encaja la crítica a los medios en tu visión?
—Los medios tienen una responsabilidad enorme en la banalización de la política. Programas que dicen ser informativos acaban siendo espectáculos ideológicos que contribuyen a crear polarización a través de mitos. Ahí se ve muy claro: está la ética del periodista, que quiere contar lo que pasa, y la moral de la empresa, que decide qué línea editorial seguir. El problema es hasta qué punto pesa más el sueldo y la rentabilidad que la responsabilidad de mantener bien informado al ciudadano, para que la sociedad en su conjunto esté alerta y no caiga en la confusión. Cuando la información se convierte en producto, lo que importa es el impacto, el espectáculo, la audiencia, no la verdad. Y eso no ayuda a resolver problemas, solo a multiplicar la confusión. Imponen a la ciudadanía esa confusión entre ética y moral que proviene del mercado y de lo político.
¿Y crees que Zigia28 puede ser un contrapeso a ese panorama?
—Esa es la intención: un espacio donde las ideas se presenten sin filtros, sin depender de intereses económicos ni políticos. Es ambicioso, pero necesario.
¿Cómo gestionar la diversidad sin caer en la fragmentación?
—Reconociendo un marco común. Es un reto que se pone en crisis cada cierto tiempo, muchas veces desde fuera de nuestras fronteras y por intereses. La diversidad es una riqueza, pero sin un proyecto compartido se convierte en caos.
¿Qué temas internos no se están abordando y Zigia28 quiere traer al debate?
—Uy, muchos. Inmigración, choque cultural, feminismo e islam, el papel de España en Europa… y también la Hispanidad en el mundo. ¿Cómo conseguir que esas naciones que una vez fueron hermanas, fruto del mestizaje, dejen de darse la espalda y trabajen juntas para tener voz en el tablero geopolítico, sin quedar subordinadas al mundo anglo, eslavo o chino?
—Por supuesto. Tenemos reticencias con descalificaciones personales, tonos totalitarios o discursos irracionales —magufos, pseudocientíficos—. (Aunque ahí podría entrar el separatismo, claro [ríe]). Ahora en serio, nos falta todavía una reflexión moral más madura sobre qué programar o no. Pero la norma es clara: aquí se debate con argumentos, no con insultos.
¿Y cómo ves el futuro de Zigia28? ¿Qué papel juega el barrio?
—Es vital. El barrio nos da vida, identidad y un público cercano. Conectar con la comunidad es esencial para nuestro crecimiento. Me lo imagino como un referente, un lugar donde se venga a escuchar y a ser escuchado, sin miedo a disentir.

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