Slam Jazz nos ha prometido hoy explorar nuevas texturas en un play on Miles Davis, y a nosotros no se nos ocurre otra manera más sugerente para estrenar la temporada de jams en Zigia28 que inspirarnos con su música en directo y, sobre todo, sin guion. De modo que, ni cortos ni perezosos, tomamos rumbo hacia Zigia28, cruzamos la puerta y nos sumergimos —desde el mundanal ruido del barrio de La Conce, tan propio de un viernes más de esta antesala del otoño que no termina de empezar— hacia un espacio inefable en el que, ante todo, nos impacta la fuerza del contraste frente al mundo que se ha quedado ahí fuera, un choque que se nos va revelando más y más a medida que nos introducimos en nuestro centro cultural.
Una luz de miel vieja se filtra desde otro tiempo. En cada una de las mesitas redondas el foco de una pequeña lámpara dibuja círculos de intimidad, hasta que Zigia28 acaba transformándose en un garito en penumbra ubicado en el New York de los años treinta.
Escogemos cerveza y mesita recóndita. El aire adquiere una densidad etérea en la que, si te fijas atentamente, flota algo de humo imaginario y un aroma de tiempos lentos. Rafa y Jose se apuran en ir sacando cervezas que colocan sobre la barra, mientras Aleix se filtra entre las mesas sin que apenas se aprecie su figura sigilosa, a pesar de que su presencia lo llena todo con su imprescindible y discreta complicidad.
Slam Jazz decide apostar por un arranque rotundo de Miles Davis (¿o de Cleanhead Vinson?): antes de verter la primera nota los mismos músicos de la banda nos revelan que Davis tenía una curiosa tendencia de tomar ideas de otros con sospechosa frecuencia, así que no podemos garantizar su autoría.
Con el segundo tema, la atmósfera de club neoyorkino termina de envolver por completo Zigia28. En el combo de Slam Jazz, con su matizada paleta emocional, se van cediendo protagonismo los unos a los otros —sin que haya necesidad de que medie ninguna solución de continuidad—, y el diálogo casi onírico que pronuncian fluye alternando inflexiones y contexturas: la forma de caminar del bajo marca el corazón sobre el que cada latido de la batería transforma tonos y pulsos; la flauta despliega su fascinante susurro; el vibrato del saxo nos va abrazando con su amplia voz; la guitarra nos regala una textura líquida, limpia y pequeñas chispas rítmicas, mientras el clarinete, melancólico y doliente, brota tan diáfano como redondo.
El mundo se reduce a un puñado de músicos en equilibrio y los oyentes nos descubrimos inesperadamente cercados por el rumor de una noche lejana, esta vez en New Orleans.
Entre tema y tema, los músicos de Slam Jazz nos van contando cositas sobre ese personaje indescriptible, Miles Davis, arrogante, visionario, maltratador, herido, sensible y tal vez gran plagiador.
No creáis, amigos, que resulta tan sencillo invocar a este escurridizo tipo.
—¿Hay algún trompetista entre el público? —requieren desde el escenario.
Todos esperamos que irrumpa alguna figura alargada, alguien que mire hacia abajo mientras toca con la campana de su trompeta apuntando al suelo.
No hay trompetistas. Sin embargo, la jam empieza a dar cuenta conceptual de su naturaleza cuando, desde el fondo de la sala, emerge un nuevo saxo, que se une al primero y a todo el conjunto de la banda en el tercer tema, Solar, sumiéndonos en un pacífico estado de conciencia que dura hasta que la última nota se disuelve.
Continúan ahora con Fredo Fredilo: nos cuentan que el origen de esta pieza se remota a una anécdota curiosa sobre un tipo que solía colarse en las jams sin ser invitado. Frases cortas, sonidos estratégicos, las líneas secretas de los dos saxos cruzándose; las escobillas de la batería no golpean, se deslizan, dibujan trazos sobre un nuevo blues que suena ahora.
Sube una guitarra al escenario, desciende de él el segundo saxo y, en el octavo tema, bajo el tempo de una bellísima balada, la nueva guitarra nos regala su versión espaciosa y libre. Resulta casi hipnótico observar cómo los músicos se comunican con miradas, gestos y energía cuando invocan una versión del icónico tema que apareció en los años treinta en la película Blancanieves, “Someday My Prince Will Come”, pieza con la que concluye la jam, despertándonos de este sueño de penumbras amables y atmósferas clandestinas.
Conmueve profundamente esta espiritualidad laica y ese diálogo con lo intangible que queda suspendido en el aire mientras nos levantamos, nos dirigimos a la salida e irrumpimos en el mundo real, con sus ruidos dispersos y sus luces. Nos recibe el barrio con su bullicio áspero y se va rompiendo definitivamente el hilo invisible de la música etérea que ha flotado esta noche en Zigia28.
Cuesta creerlo, pero el mundo sigue girando incluso cuando la magia se apaga.

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