En Zigia28 los cierres no son ceremoniales, ni ruidosos, ni forzadamente emotivos. Son momentos que simplemente suceden, con naturalidad, como cuando se apagan las luces del escenario después de la última función: nadie se entristece, todos contamos con la certeza y la satisfacción de haberlo dado todo. Y así fue nuestra despedida de la temporada de karaokes: un sencillo y alegre hasta luego a este divertido espacio compartido.
Pero como suele ocurrir cuando se reúne un grupo que ha caminado junto durante meses, lo que parecía una actividad informal fue ganando un tono especial. Al principio fue como siempre: ¿Quién empieza? ¿Quién se anima con la primera? Una especie de preliminar que se nos hace muy familiar y que se alarga muy poco, solo hasta que alguien rompe el hielo con una canción conocida. El resto fue como una cadena de energía: uno canta, todos aplaudimos, surgen anécdotas, se ríe todo el mundo, los de delante y los del fondo, un par llevan a cabo un dúo improvisado, alguien desafina con entusiasmo y eso basta para que todo se llene de vida. No importaba el repertorio ni el tono vocal. Lo importante era lo otro: las miradas de apoyo, las bromas suaves, la sensación de que todos, incluso los más reservados, teníamos un sitio en esa pequeña escena colectiva. Fue un momento horizontal, donde las jerarquías se disuelven y lo único que cuenta es estar, participar y armar un poquito de jaleo.
Entre canción y canción, circularon bandejas con pastelitos sobre las que todos, con mayor o menor disimulo, acabamos lanzándonos. También conversaciones rápidas, gestos amables, vasitos de agua fresca y preguntas cruzadas: "¿Y tú te vas a algún sitio este verano?", "¿Cuál es la que nos vas a cantar hoy?", "Nos volvemos a encontrar enseguida, ¡en septiembre!”
Hubo tiempo para todo ese tipo de cosas pequeñas que no figuran en los carteles, pero que hacen memorable cualquier encuentro: una risa que se contagia desde el fondo, un abrazo espontáneo, alguien que canta desde la silla sin necesidad de micrófono, o esa canción que nadie se atreve a elegir y que de pronto uno de los participantes lanza sin previo aviso, como un regalo. Una vez más ese equilibrio tan zigia28 entre lo organizado y lo espontáneo se puso de relieve
Lo interesante es que nadie intentó hacer de ese momento algo espectacular. Y quizás por eso mismo fue tan auténtico. No hubo decorados, ni discursos, ni selfies masivas para despedirnos de estas sesiones juguetonas a las que todos los que sabemos divertirnos acudimos cada vez que se convocan. En nuestro encuentro para celebrar, digamos, la despedida de curso, como no podía ser de otra manera estuvieron allí presentes los que nunca faltan, pero también pudimos contar con nuevas caras participando con entusiasmo, acompañando y animando desde el fondo. Una de las participantes —vale, yo misma— eligió una canción preciosa… y se perdió en los primeros acordes. Pero el público, sin dudar ni un segundo, se lanzó a corearla con tanto entusiasmo que terminó siendo un momentazo colectivo. Y por supuesto, allí estaba también Aleix, el más divertido maestro de ceremonias del mundo entero: no solo se ocupó de dirigir el orden del día para que todos tuvieran su momento al micrófono, sino que, fiel a su estilo, volvió a sorprendernos con algunas de sus ya clásicas performances. Eso sí, aunque “el curso karaokil” se haya cerrado con esta nota alegre, Zigia28 no se apaga. Al contrario: seguirá abierto durante gran parte del verano, como un espacio donde seguir compartiendo ideas, encuentros, actividades (¡y quién sabe si más canciones!). Porque aquí, como ya sabéis, los finales siempre son relativos. Y porque lo más valioso de esta comunidad no es el calendario, sino la posibilidad de seguir estando juntos siempre, no por obligación, sino por deseo. Como quien regresa a un lugar donde sabe que lo esperan con una silla libre y una canción por cantar.
Pero como suele ocurrir cuando se reúne un grupo que ha caminado junto durante meses, lo que parecía una actividad informal fue ganando un tono especial. Al principio fue como siempre: ¿Quién empieza? ¿Quién se anima con la primera? Una especie de preliminar que se nos hace muy familiar y que se alarga muy poco, solo hasta que alguien rompe el hielo con una canción conocida. El resto fue como una cadena de energía: uno canta, todos aplaudimos, surgen anécdotas, se ríe todo el mundo, los de delante y los del fondo, un par llevan a cabo un dúo improvisado, alguien desafina con entusiasmo y eso basta para que todo se llene de vida. No importaba el repertorio ni el tono vocal. Lo importante era lo otro: las miradas de apoyo, las bromas suaves, la sensación de que todos, incluso los más reservados, teníamos un sitio en esa pequeña escena colectiva. Fue un momento horizontal, donde las jerarquías se disuelven y lo único que cuenta es estar, participar y armar un poquito de jaleo.
Entre canción y canción, circularon bandejas con pastelitos sobre las que todos, con mayor o menor disimulo, acabamos lanzándonos. También conversaciones rápidas, gestos amables, vasitos de agua fresca y preguntas cruzadas: "¿Y tú te vas a algún sitio este verano?", "¿Cuál es la que nos vas a cantar hoy?", "Nos volvemos a encontrar enseguida, ¡en septiembre!”
Hubo tiempo para todo ese tipo de cosas pequeñas que no figuran en los carteles, pero que hacen memorable cualquier encuentro: una risa que se contagia desde el fondo, un abrazo espontáneo, alguien que canta desde la silla sin necesidad de micrófono, o esa canción que nadie se atreve a elegir y que de pronto uno de los participantes lanza sin previo aviso, como un regalo. Una vez más ese equilibrio tan zigia28 entre lo organizado y lo espontáneo se puso de relieve
Lo interesante es que nadie intentó hacer de ese momento algo espectacular. Y quizás por eso mismo fue tan auténtico. No hubo decorados, ni discursos, ni selfies masivas para despedirnos de estas sesiones juguetonas a las que todos los que sabemos divertirnos acudimos cada vez que se convocan. En nuestro encuentro para celebrar, digamos, la despedida de curso, como no podía ser de otra manera estuvieron allí presentes los que nunca faltan, pero también pudimos contar con nuevas caras participando con entusiasmo, acompañando y animando desde el fondo. Una de las participantes —vale, yo misma— eligió una canción preciosa… y se perdió en los primeros acordes. Pero el público, sin dudar ni un segundo, se lanzó a corearla con tanto entusiasmo que terminó siendo un momentazo colectivo. Y por supuesto, allí estaba también Aleix, el más divertido maestro de ceremonias del mundo entero: no solo se ocupó de dirigir el orden del día para que todos tuvieran su momento al micrófono, sino que, fiel a su estilo, volvió a sorprendernos con algunas de sus ya clásicas performances. Eso sí, aunque “el curso karaokil” se haya cerrado con esta nota alegre, Zigia28 no se apaga. Al contrario: seguirá abierto durante gran parte del verano, como un espacio donde seguir compartiendo ideas, encuentros, actividades (¡y quién sabe si más canciones!). Porque aquí, como ya sabéis, los finales siempre son relativos. Y porque lo más valioso de esta comunidad no es el calendario, sino la posibilidad de seguir estando juntos siempre, no por obligación, sino por deseo. Como quien regresa a un lugar donde sabe que lo esperan con una silla libre y una canción por cantar.

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