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Este jueves teníamos nueva proyección en Zigia28, en esta ocasión con el periodista y comunicador Jaime Rull presentando y contextualizando la obra de teatro de Arthur Miller “Muerte de un viajante”. Surgió un pequeño contratiempo: en el archivo de las obras de teatro emitidas por el mítico programa Estudio 1 no estaba disponible “Historia de una escalera”, que era la obra que teníamos previsto proyectar. ¿Qué hacemos? Zigia28 eligió sustituir una obra de teatro por otra con resonancias muy cercanas, “Muerte de un viajante”. No solo son similares porque ambas cuestionan el fracaso de las aspiraciones y la herencia emocional entre generaciones, sino porque además fueron estrenadas el mismo año (1949), aunque en contextos distintos, claro: una en la posguerra civil española (Historia de una escalera) y otra en el norteamericano capitalismo de posguerra (Muerte de un viajante). En Zigia28 nos planteamos aprovechar los paralelismos entre ellas para enriquecer las reflexiones con las que ya contábamos. Nos pareció estimulante y constructivo hacerlo así.
Rull destacó la influencia de “Muerte de un viajante” en la cultura popular y su relevancia social, invitándonos a la vez a reflexionar sobre nuestras propias aspiraciones y límites. Con tal finalidad fue llevándonos de la mano hacia 1972, año en el que se televisó la obra en Estudio 1 de tal manera que, de pronto, nos encontrábamos frente a un Estudio “UHF" o "La 2" (segunda cadena de TVE, puesto que en esos años solo había dos canales); efectuó también una interesante correlación con el Watergate para ilustrar los estándares morales de la época; y finalmente, y ya entrando de lleno en el argumento de la obra de teatro, el periodista preguntó al público sobre las relaciones con sus hijos, pues la narrativa de “Muerte de un viajante” gira en torno a las presiones sociales y familiares que enfrentan los individuos en su búsqueda de éxito y al conflicto generacional. Fuimos creando un contexto reflexivo que consiguió que no percibiéramos la película como una simple ficción sino como un espejo de vivencias compartidas. Predispuestos todos ya a conectar emocionalmente con la historia, comenzó la proyección.
Algunos de nosotros recordábamos “Muerte de un viajante” como libro de lectura obligatoria en BUP, cuando aún no teníamos las suficientes herramientas emocionales o vitales para entenderlo, por lo que visionar la obra ha supuesto una relectura, una recuperación, pero ahora en el momento adecuado. Además, en una época como la actual, en la que la salud mental se ha convertido en una preocupación global -especialmente entre los jóvenes, presionados por ideales de éxito inalcanzables en redes sociales, estudios o trabajo-, la obra de Arthur Miller cobra nueva vida y nos recuerda que no somos los únicos en sentirnos perdidos, que la ansiedad por no cumplir con exigencias socialmente impuestas no es nueva y que muchas veces cargamos con sueños que ni siquiera son nuestros.
Esta obra de teatro ha sido tradicionalmente interpretada como una crítica al sueño americano -especialmente a la idea de que el éxito material y profesional es el único admisible y también a que solo eso es lo que verdaderamente conduce a la felicidad y realización personal-, como un profundo cuestionamiento a una sociedad que reduce el éxito únicamente al reconocimiento externo, ignorando completamente la complejidad de nuestras necesidades emocionales y relacionales y desdeñando las vidas plenas y valiosas que transcurren en lo silencioso, en lo ético y en lo cotidiano. Esta visión se enfoca en cómo las presiones sociales y económicas llevan al protagonista, Willy Loman, a la desesperación. La obra sin duda es triste, pero profundamente humana, nos habla de las expectativas que nos imponemos, del fracaso, del autoengaño, pero también de la búsqueda de identidad y del deseo de ser amados y reconocidos. Es como mirar por una ventana la vida de una familia real, con sus sueños, heridas y silencios. Es interesante destacar una frase que resulta impactante e ilustra estas tensiones, cuando Biff, el hijo mayor, grita, sobrecogido: “¡Soy un perdedor, papá, y tú también!”, un momento que nos pareció concluyente ya que no solo muestra la ruptura del hijo con las ilusiones del padre, sino también el dolor por no poder cumplir con esas expectativas que realmente son ajenas.
Pero lo que más revelador quizás fue la impresión que todos tuvimos al entender que esta podría ser la historia de cualquiera de nosotros.
Y es que en el fondo lo que más duele y conmueve de esta obra de teatro es comprender que no estamos tratando la vida de Willy Loman, el protagonista, sino de nosotros, de nuestras familias, y de los silencios y anhelos que todos arrastramos.
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