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Charla/coloquio: Historia de los barrios 2.º ENCUENTRO VECINAL -19 de marzo/25


                   

Dicen que los vecinos son la familia que no elegimos, pero… ¿Qué pasa cuando esa peculiar familia tiene la ocurrencia de reunirse para reconstruir el pasado de su hábitat común? Este miércoles 19 de marzo, en Zigia28, por segunda vez se volvió a vivir la experiencia de recuperar la historia de nuestros barrios: nos encontramos casi veinte vecinos (Pueblo nuevo, Quintana, Concepción y Ventas) y, haciendo gala de muy buena memoria, nos dispusimos a rescatar entre todos los lazos afectivos mediante los que hemos ido construyendo este espacio nuestro: intercambiamos recuerdos, revisamos nuestro pasado común y reflexionamos sobre las relaciones interpersonales que cimentaron nuestro actual barrio. Traer de nuevo a la vida los recuerdos y vivencias es la mejor manera de proporcionar cohesión al presente, y así fue como lo vivimos en nuestro segundo encuentro: dispuestos en círculo y usando un tono fluido, ligero y desenfadado, conseguimos que cobrara fuerza y significado toda la trayectoria a través de la cual se ha forjado el espacio que compartimos.

Ana, vecina de Pueblo Nuevo y nacida en Vital Aza, comienza el relato materializando con sus recuerdos la cotidianeidad que se vivía en el barrio de hace más de cincuenta años. Los chicos estábamos como distribuidos en dos grupos: Vital Aza y Campo de Rodas, nos explica. Ella fue alumna del colegio de Ascao, vio Pinocho en el cine Lepanto y conoció la primera fábrica de Donuts, que estaba instalada en la calle Elfo. Tenían los donuts almacenados en bidones. Nosotros simplemente entrábamos y los cogíamos, apunta.

Otro vecino nos cuenta que, en la actual calle de Vicente Espinel, que en aquel entonces se llamaba calle España, había otra fábrica fascinante para los críos: la de galletas. Alguien trae a colación un recuerdo que todos comparten: daba la impresión de que la carretera fuera como una especie de frontera. Cuando habla de la carretera, se está refiriendo a la misma calle de Alcalá, que antes tenía el nombre de Carretera de Aragón. Iba desde Ventas hasta la autopista, aclara otro de los participantes.

Lo de recordar juntos el pasado podría parecer un ejercicio de nostalgia pero no se trata exactamente de eso: al compartir nuestras experiencias, logramos visualizar nuestros orígenes y transformamos el tiempo y el espacio del pasado en algo tangible que define al actual barrio, el que habitamos hoy.

Se van sucediendo los recuerdos de los participantes, y unos estimulan la memoria de otros. Recuerdan a los chiveros, que eran criadores de cabras, a los traperos, que se desplazaban en carretas, y con cada una de las reflexiones compartidas, va cobrando más significado el sentido de pertenencia y por ende la sensación de estar vinculados a una gran familia.

Alguien hace mención al rincón más cercano al cementerio: allí había entonces un campo de cultivo de flores, también podían verse familias que vivían en auténticas cuevas.

Y también en Vital Aza había un depósito de agua, apunta nuevamente Ana, donde igualmente se concentraban familias que vivían en chozas.

Alguien recuerda ahora haber visto bajar burros y vacas por Ezequiel Solana y es que, al parecer, en esa calle se encontraba entonces un matadero municipal.

Pasamos a centrarnos ahora en el barrio de la Concepción. Recordamos cómo se creó, desde Virgen del Sagrario, allá por los años cincuenta: los bloques crecían a ambos lados, indica un vecino. Otro recuerda las carbonerías, las fábricas y despachos de hielo. Y también las lecherías donde se vendía leche no envasada, recuerdo que íbamos con cántaros, señala otro participante.

Una de las vecinas recuerda que había entonces un único supermercado, sin nombre, estaba en virgen del Romero. Decíamos: me voy a supermercado y, como solo había uno, no teníamos que especificar, todos sabían el sitio exacto al que íbamos.

El polideportivo se llamaba campo de deportes, añade otro vecino. Y no sé si recordaréis que entonces el parque Calero estaba alambrado, aportan detalles otros participantes; y los primeros colegios: el Montpellier, el Perelló y Corazón de María. Alberto Martínez recupera un recuerdo entrañable: cuando estaban construyendo el tranvía, en las obras se jugaba muy bien. Nos tirábamos con cartones por montículos y cuestas, lo pasábamos genial. Y los terraplenes, los charcos, las vaguadas… íbamos a “hacer alpinismo” allí.

La actual calle Virgen de Lluch, explica otra de las integrantes del grupo, se llamaba calle del Oráculo: el cartel, de color tierra, todavía está… fueron los curas del Perelló quienes pidieron el cambio de nombre de la calle.

El famoso concurso de televisión de principios de los setenta “Cesta y Puntos”, que algunos vecinos participaron en él, lo recuerdan todos con precisión. Alguien apunta que lo ganó Javier Martínez, el director de Zigia28, y todos recuerdan perfectamente que fue el colegio Obispo Perelló, quien ganó ese concurso, el de Javier, el que se llevó el premio. ¿Y os acordáis de la curandera de Ascao? Tenía colas que duraban la noche entera, venía gente de toda España a visitarla. Continúan dibujando entre todos el barrio de los años sesenta, cada vecino tiene algún recuerdo que aportar: la chuletera, la tienda de helados artesanos, con polos redondos de limón, el Flowers, que fue el primer sitio en el que se vendieron hamburguesas… y el Olivares, que era famoso por sus patatas bravas, y que hasta competía con el Docamar. Y las chucherías de Manolo, en la calle Zigia; y la Sole, la mujer de “El Nani”, y las tiendas de arreglos de medias, las tiendas de discos que había por todas partes… el cine Iberia, pequeñito y barato, los intercambios de cromos en la plaza de Quintana, el chico negro que vendía servilletas y papel higiénico El Elefante, las muñecas de cartón, las tiendas que cambiaban los tebeos, Capitán Trueno, Jabato, El Guerrero del antifaz. Los serenos, que al parecer todos venían del norte. Nadie ha olvidado al sereno Rufino. Y el vaciador, los paragüeros, los afiladores…

Y así, recuperando la historia del barrio, tan cómodos como si estuviéramos sentados en el salón de casa, nos hacemos conscientes de que, como dijo William Faulker, “el pasado no está muerto, ni siquiera está pasado”, de que nuestros barrios viven y respiran gracias a ese tejido invisible con el que fueron tramados y de que, al recuperar los lazos afectivos con los que crecimos, estamos reconquistando el lado más amable y solidario del espacio en el que hemos conformado nuestra historia común.

Esperamos con impaciencia el tercer encuentro de vecinos en Zigia28.








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